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domingo, 10 de julio de 2011

253. LA ALBERCA** (I), Salamanca: 30 de junio de 2006.

1. LA ALBERCA, Salamanca. Visión de una de las plazas del pueblo.

2. LA ALBERCA, Salamanca. Una calle de la población charra.

3. LA ALBERCA, Salamanca. Crucero de la Plaza Mayor.

4. LA ALBERCA, Salamanca. Vista general de la Plaza Mayor.

5. LA ALBERCA, Salamanca. Detalle del Crucero.

6. LA ALBERCA, Salamanca. Exterior de la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

7. LA ALBERCA, Salamanca. Púlpito de piedra de la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

8. LA ALBERCA, Salamanca. Retablo barroco de la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

9. LA ALBERCA, Salamanca. Retablo del Cristo del Sudor, en la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

10. LA ALBERCA, Salamanca. Retablo Mayor de la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

11. LA ALBERCA, Salamanca. Imagen de Sta. Ana, la Virgen María y el Niño Jesús de la Igl. de Ntra. Sra. de la Asunción.

12. LA ALBERCA, Salamanca. Otro rincón de la villa salmantina.

LA ALBERCA** (I), provincia de Salamanca: 30 de junio de 2006.
   La arquitectura popular de su apiñado caserío, el mantenimiento de las costumbres de gran tipismo y la amenidad del entorno hacen de este famoso rincón salmantino, calificado desde 1940 como conjunto artístico nacional, un lugar cuya vista nunca defrauda.
   El caserío de La Alberca, que en su conjunto compone una extraordinaria muestra de arquitectura popular, ha sufrido en los últimos años algunas modificaciones, entre ellas la prolongación de la calle principal hacia la plazuela que preside el crucero, recientemente remodelada. Nuevas construcciones, que con mayor o menor fortuna se esfuerzan en respetar las características constructivas y en cuyos bajos se suceden las tiendas para turistas, se levantan en la entrada. Pero enseguida salen al paso rincones que mantienen toda su belleza y en los que, con infinitas variantes, se repiten los usos arquitectónicos propios de la zona: casas de tres plantas sobre bases de granito y fachadas con entramados de madera cuyos huecos se compactan con piedras, barro o argamasa. Los distintos niveles se disponen en saliente, de modo que los grandes voladizos y aleros de los edificios apiñados se juntan muchas veces en la altura y las calles empedradas quedan envueltas en una peculiar atmósfera de luces y sombras. Las ventanas, balcones y solanas, cerradas por balaustradas de madera o, más recientemente, de hierro, suelen estar tupidas de flores. En los pétreos dinteles va grabada la fecha de construcción, junto a diversos signos destinados a dejar pública constancia de la fe cristiana de sus moradores, acaso porque todo en el ambiente recuerda la disposición de las antiguas juderías o también los arrabales de algunos núcleos islámicos.
   Inevitablemente, nuestro deambular ha de conducirnos hacia la bellísima Plaza Mayor*, porticada en tres de sus flancos en torno al excéntrico crucero, que se alza sobre una columna labrada con símbolos de la Pasión y coronada por una cruz de doble faz: de un lado se efigia el Crucificado, del otro a la Virgen. Bajo los soportales se abren recintos, bares, tiendas y, a la derecha, la sencilla Casa Consistorial.
   Contigua a este centro de vida diaria y festiva, la iglesia preside un irregular espacio en el que pueden verse algunas de las fachadas más artísticas. El templo, es en lo fundamental, obra del siglo XVIII, con dos portadas y robusta torre. En uno de sus muros, a buena altura y en lo que al parecer antes fue un osario, se abre una capillita entre nichos enrejados que custodian sendas calaveras. Es un rincón ligado al culto a las ánimas. En el interior, de tres naves cubiertas por bóvedas, son piezas singulares el púlpito granítico (siglo XVI), con relieves polícromos restaurados recientemente, y la talla en madera del Cristo del Sudor, obra vallisoletana de 1571 que preside uno de los retablos barrocos.
   Por lo demás, no hay otro orden para recorrer el laberíntico escenario de La Alberca que no sea el de dejarse llevar por la atracción de mil detalles hacia rincones como el llamado Barrio Nuevo, o los que se contemplan en la Calle Llana o en la del Chorrito. Téngase en cuenta que esos y otros lugares, el caserío en su totalidad, adquieren una magia especial en los días lluviosos y, más aún, cuando los baña el fulgor violeta del atardecer.

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